Santa Rosa de Lima en la pluma de don Ricardo Palma

12
1967

Todos los 30 de agosto de cada año, los fieles católicos recordamos y celebramos la festividad de la «Patrona del Perú, América y las Filipinas», como se le conoce a Santa Rosa de Lima. Cuya vida -dicho sea de paso- ha sido siempre modelo de admiración, por sus grandes cualidades humanas; así como por su original espíritu de humildad, obediencia y mortificación que en vida demostrara esta santa mujer, hace ya más de cuatro siglos en la «Ciudad de los Reyes».

La vida de Isabel Flores de Oliva -nombre original de esta piadosa mujer- no solo ha trascendido en el tiempo por ser, hasta ahora, la única peruana en alcanzar los altares de santidad de la Iglesia Católica. Si no, porque uno de los más grandes escritores que ha tenido nuestro país, don Ricardo Palma Soriano (1833-1919) registrara en sus famosas «Tradiciones Peruanas», dos divertidas tradiciones que tienen como protagonista principal a Santa Rosa de Lima, historias creadas genuinamente por «El bibliotecario mendigo» con un estilo jocoso y criollo.

El rosal de Rosa

Palma en esta tradición cuenta que allá por el año de 1581 existió en Lima el hospital del «Espíritu Santo», destinado principalmente a la atención médica de los navegantes que llegaban al Perú, procedentes de varios lugares del mundo. Según se sabe, en la parte posterior de este nosocomio había un terreno que entonces pertenecía a don Gaspar Flores, padre de Rosa y donde se cree, naciera nuestra santa. Como el terreno era vasto, dispuso entonces Rosa la elaboración de un pequeño huerto y jardinillo, para el cultivo de árboles frutales y claveles, que por entonces era una de las más hermosas y famosas flores que había en el Perú.

«Grande fue, pues, la sorpresa de la virgen limeña cuando se encontró con que espontáneamente había brotado un rosal en su jardinillo; y rosal fue, que de sus retoños se proveyeron las familias para embellecer corredores, y las limeñas para adornar sus rizas, negras y profusas cabelleras». De esta manera milagrosa se explica la presencia en nuestro país de tan hermosas flores, que incluso los médicos de la época la utilizaban para aliviar algunos males, atribuyéndosele ciertas propiedades curativas.

No se puede dejar de lado, una de los sucesos más entretenidos de esta tradición en la que Palma, nos dice: «Cuentan que cuando en 1668 presentaron al Papa Clemente IX el expediente para la beatificación de Rosa, no supo disimular el Padre Santo una ligera desconfianza, y murmuró entre dientes: -¿Santa? ¿Y limeña? ¡Hum, hum! Tanto daría una lluvia de rosas. Y milagro fue patente, porque perfumadas hojas de rosa cayeron sobre la mesa de Su Santidad».

Muchos años después de la canonización de Santa Rosa y siendo propietarios del terreno – donde vivió la familia Flores de Oliva – don Pedro de Valladolid y don Pedro de Vilela, decidieron ceder el terreno a la iglesia para que en él se edificase el Santuario de Rosa de Lima. El rosal que ella cultivara se trasplantó al jardín que tienen los padres dominicos, en el claustro principal de su convento.

Los mosquitos de Santa Rosa

«Cruel enemigo es el zancudo o mosquito de trompetilla, cuando le viene en antojo revolotear en torno de nuestra almohada, haciendo imposible el sueño con su incansable musiquería». Con este singular inicio, don Ricardo Palma, nos presenta una divertida historia en la que nuestra Santa Rosa de Lima llegó a convertirse, nada más, ni nada menos que, en amiga de los mismísimos zancudos, que por aquella época habitaban en el huerto que cuidaba con tanto esmero, Rosa.

En la historia, se sabe aún del ‘pacto’ que hicieran Rosa y los mosquitos, en el fragmento que Palma incluyera en esta tradición: «-Cuando me vine a habitar esta ermita, hicimos pleito homenaje los mosquitos y yo: yo, de que no los molestaría, y ellos, de que no me picarían ni harían ruido. Y el pacto se cumplió por ambas partes, como no se cumplen… ni los pactos politiqueros.  Aun cuando penetraban por la puerta y ventanilla de la ermita, los bullangueritos y lanceteros guardaban compostura hasta que con el alba, al levantarse la santa, les decía:  -¡Ea, amiguitos, id a alabar a Dios!».

En otra parte de esta tradición, se cuenta que en una ocasión llegó a la casa de Rosa, una mujer, llamada Catalina, quien años después llegaría a convertirse en beata. Sucedió que mientras conversan las dos, ciertos mosquitos, lograron picar el brazo de doña Catalina, causándole no solo dolor, sino también molestia, llegando incluso a matar de un manotazo a uno de los mosquitos. Suceso que fue rechazado por Santa Rosa, con estas palabras: «-Déjalos vivir, hermana: no me mates ninguno de estos pobrecitos, que te ofrezco no volverán a picarte, sino que tendrán contigo la misma paz y  amistad que conmigo tienen. Y ello fue que, en lo sucesivo, no hubo zancudo que se le atreviera a Catalina».

No corrió la misma suerte, otra visita que llegó a la casa de la santa limeña, conocida como doña Francisca Montoya, beata de la Orden Tercera, quien al no querer entrar a la ermita que tenía Rosa Isabel junto al huerto para la oración y el recogimiento espiritual, conoció entonces esta remilgosa mujer el ‘cariño’ de los mosquitos, quienes le dieron tres aguijonazos en la cara. La historia Palma, culmina con un jocoso desenlace, contándonos que por aquella época la madre de Rosa, dispuso la muerte de un gallo que fuera la adoración de la familia, pero que al parecer estaba bastante enfermo. Entonces Rosa cogió el ave enferma, y acariciándola, dijo: -Pollito mío, canta de prisa; pues si no cantas te guisa. Y el pollito sacudió las alas, encrespó la pluma, y muy regocijado soltó un:

¡Quiquiriquí!

(¡Qué buen escape el que di!)

¡Quiquiricuando!  

(Ya voy, que me están peinando).

Y con esta original copla construida con otros recursos estilísticos, como las onomatopeyas y las jitanjáforas, don Ricardo Palma, fiel a su estilo satírico termina su historia, que junto a la primera nos ha revelado literariamente pasajes de la vida de nuestra querida Santa Rosa de Lima, que hoy día está de fiesta.                             

(Jesús Alberto Paiba Samamé)

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