En Otro Lenguaje
Por: Jaime Asián Domínguez (*)
El ministro de Salud, César Vásquez, pierde el tiempo contestándole al fanfarrón Nicolás Maduro sobre una supuesta agresión a la selección venezolana la noche del pobre empate 1-1 en el Estadio Nacional de Lima. Hacerle caso es como gastar pólvora en gallinazo y la mejor política es ignorarlo para que no siga con sus peroratas que rayan con el disloque más extremo.
El dictador llanero tiene el cuajo de tildarnos de “envidiosos, mezquinos y malvados” y nos acusa de “arremeter contra los nobles venezolanos y venezolanas que viven allá (en Perú) y que lo que hacen es trabajar sobreexplotados”. Olvida Maduro que somos uno de los países que abrió las puertas ante el éxodo que provocó su tiranía y que estamos llenos de bandas conformadas por “joyitas” salidas de sus cárceles.
Por lo demás, como ya hemos dicho, qué vacío debe sentirse este sujeto cuando en los adentros de su soledad, allá en el Palacio de Miraflores, con el pajarito de Hugo Chávez como su principal asesor, contempla que resultó una nulidad total como gobernante. “Es inconcebible una revolución que no desemboque en la alegría”, decía Julio Cortázar. Su única revolución es la bravuconada, el abuso sin bandera, el desgobierno, la inanición, la anarquía y el irrespeto al mundo entero.
Así que ministro César Vásquez, mejor atienda los problemas coyunturales dentro del Minsa y deje que el zafado Nicolás Maduro se ahogue en su propia saliva o que se atore con las sandeces que salen de su boca. En todo caso, quien debería ponerlo en su sitio es la presidenta Dina Boluarte o los mismos comechados del Congreso, aunque es más fácil que un otorongo pase por el ojo de una aguja a que los cerronistas digan algo en contra del clon mal hecho de Chávez.
(*) Periodista y Consultor de contenidos
“Es más fácil que un otorongo pase por el ojo de una aguja a que los cerronistas digan algo en contra del clon mal hecho de Chávez”.
