Bicameralidad: dos cámaras sin luces

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EN OTRO LENGUAJE
Por: Jaime Asián
@jaimeasian


A nuestro entender, al Congreso de la República le hace falta con urgencia la cámara alta. ¿Por qué? Porque necesitamos darle equilibrio a la tarea legislativa, tan desvirtuada en los últimos años. La unicameralidad, como ha quedado en evidencia, significó una puerta abierta a la mediocridad, entre otras causas por la ausencia de filtros en la elección y una clase política contaminada, y lo que tenemos ahora es un Parlamento con la animadversión mayoritaria de la gente.
En cambio, si se definen bien las funciones, el senado, eventualmente con gente con dos dedos de frente y neuronas en acción, podría encargarse del visto bueno al trabajo de los diputados. Y, entonces, veríamos iniciativas meditadas y leyes mejor elaboradas en favor de una población cansada ya de tener “padrastros de la patria” indolentes en lugar de “padres de la patria” preocupados en honrar la confianza que les otorgó en las ánforas.
En buen romance, la bicameralidad implicaría el freno de mano ante normas interesadas o trabajadas bajo la mesa y el salto del Congreso a un nivel superior como epicentro de debate y foro político. Insistimos: los senadores, con buena suerte, aportarían la materia gris requerida para una verdadera casa legislativa, desterrando al palacio del escándalo y la banalidad que impera en este momento con una desaprobación del 90%.
Es por esta ojeriza de las calles hacia la falta de empatía de los actuales congresistas que la vuelta a la doble cámara podría pasar al olvido de llegar a un referéndum. La idea de que encima haya más parlamentarios, 130 diputados y 60 senadores, con una camuflada intención de reelección, no es bien masticada en tiempos de almuerzos-buffet de 190 soles, legisladores “mochasueldos” y una compulsiva voluntad de seguir prendidos de la mamadera.
De allí que los impulsores de la bicameralidad, que denota una reforma constitucional, estén con los pelos de punta (¿o no, María del Carmen Alva?) y anden en correrías durante el cuarto intermedio para sumar ese voto definitivo con el que saltarían, como con garrocha, la consulta popular. Siendo tan necesaria, la implementación de cámara alta encuentra cortapisas por la propia abulia de los inquilinos del hemiciclo.

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