DESDE LA CUARENTENA

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Antes del día 1: 11-M

Por JORGE PÁUCAR

Soy piscis. Nací un 11 de marzo y, según las efemérides, un día marcado por la desventura. De eso recién reparé este año cuando, animado por mi hijita María Celeste, decidí celebrar el medio siglo de vida. Una fecha como esta no pensaba dejarla pasar así nomás. “Papá, ya eres un cincuentón, arma la fiesta”, me dijo mi dulce niña. Pero lo que no imaginé es que iba a quedarme como novia plantada en el altar.

Miércoles 11 de marzo de 2020. Mediodía. Martín Vizcarra sale en televisión con su mensaje para dar a conocer que ya tenemos entre nosotros al paciente cero del coronavirus y, además, suspende el inicio del año escolar hasta el 30 de marzo (hoy continúa en el limbo por tiempo indefinido). Aún no se sabía lo que estaba por llegar en los días siguientes. El presidente se vio obligado a hablar luego que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró al COVID-19 como pandemia. Sí, el mismo día de mi santo. Más piña.

Pese a ello, no perdía la ilusión de que hasta el sábado 14, día central para el ansiado ágape, podría festejar como Dios manda mis cincuenta almanaques. Mandé pintar la casa. Me compré la camisa que me pondría para tan digna ocasión. Llamé a algunas amistades. Quería tener a mi lado ese día a algunos amigos que compartieron conmigo algún momento de mi vida en la parroquia, el diario y el barrio. La lista no pasaba de 70 personas.

Ese 11 de marzo me tocó laborar. Por la tarde, un compañero en el trabajo cayó agripado y sin querer se despidió de mí dándome la mano. ¡Por la gran flauta! Yo, como buen diabético, pesqué rápido el resfrío. A las pocas horas, los estornudos. Al día siguiente fui a trabajar, pero el cuerpo se sentía peor. Para entonces, mi hermana querida, mi cable a tierra, soltó lo inevitable: “¿y si cancelamos todo por el coronavirus?, “¿qué pasa si viene alguien con el mal?”. Dudé. Esperemos unas horas, le dije.  

Por la noche tomamos la decisión de dejar sin efecto la reunión. Otra vez llamar a todo el mundo para pedir disculpas por la abrupta suspensión. Fue lo mejor, creo, aunque hasta ahora no me he puesto la camisa que me compré. “No te preocupes, festejas los 50 cuando pase la pandemia, así sea en diciembre”, me comentó una amiga entre sonrisas.

Mientras, de una gripe fuerte pasé a algo más complicado: tos, fiebre y más malestar en el cuerpo. Y llegó el sábado 14.  La tarde que debía alistarme para el tono, estaba yo ahogándome. Me faltaba la respiración. Ya los malos pensamientos cruzaban por mi cabeza. Fui solo en un taxi al médico. Abrí la ventana del Uber lo más que pude. Al cruzar Plaza Norte vi a muchos tomando chelas y empinando el codo. ¿No se supone que hay COVID-19 en el país? ¿Qué hacen todos estos metiéndose la última bomba antes del inicio del aislamiento social obligatorio? Ya en el consultorio le pedí al doctor que me nebulizara para sentirme mejor. Me dio la receta con varias pastillas para la rinofaringitis. Uff. Esa noche, que se supone también la pasaría bailando, estaba en cama tratando de respirar sin mayor sobresalto.

El domingo 15 me dio la pensadora. Vizcarra otra vez en televisión. Anuncia la cuarentena y explica las medidas que adoptará su gobierno por el coronavirus. Entonces, me puse a reflexionar sobre el 11 de marzo. ¿Qué hay con el 11? Para empezar, es un número feo, ¿verdad? Nadie lo escoge ni para La Tinka. Nunca me gustaron los números impares para ser sinceros. ¿Por qué no nací un 2, 4, 6, 8 o 10 de marzo? No está mamá para responderme.

Y no es la primera vez que el 11 me hace, para variar, el ocho.

Empiezo a revisar fechas. Un 11 de marzo de 2011, un terremoto de 8.9 grados sacudió Japón, provocó un tsunami con olas de hasta diez metros y dejó 18 mil muertos. Lo recuerdo bien. Ese día salí de casa temprano porque volvería para cenar con mis hijos. María Celeste estaba todavía bebita. Y la noticia me fue ganando el día. Yo trabajaba en El Popular y el director había pedido dar hasta lo último para la edición Lima. Creí que llegaba a las 10 de la noche. Pero me quedé hasta pasadas las 11.30. Estuve en casa a la medianoche y los chicos ya estaban durmiendo. Una reunión más que se echó a perder por causas del destino en este día (¡11!).

Y, hace poco, en pleno toque de queda se me ocurrió averiguar qué diablos más pasó un 11 de marzo en el mundo. Lo que encontré en internet fue sorprendente.  

Entre 1918 y 1920, la gripe española asoló Europa y las muertes a consecuencia de esta pandemia fueron entre  20 y 100 millones de personas. Pese a su nombre, algunos estudiosos creen que la maldita gripe se originó en Estados Unidos. “Uno de los casos más conocidos ocurrió el 11 de marzo de 1918, en la base militar Fort Riley, Kansas. Las condiciones de hacinamiento y falta de higiene crearon un caldo de cultivo fértil para el virus”, dice una publicación. Otra vez el 11 de marzo vinculado a un virus mortal.

Hace 149 años, una epidemia de fiebre amarilla atacó sin piedad a Buenos Aires. Catorce mil personas perdieron la vida, en su mayoría inmigrantes italianos, españoles y de otros lados de Europa. Debido a ello, los camposantos no se daban abasto para sepultar a las víctimas. El cementerio del Norte no quería que se inhumen a las personas fallecidas por esa enfermedad. Y, justamente, el 11 de marzo de 1871 se habilitó el cementerio de Chacarita para dar espacio a los caídos por el devastador mal.

Un hecho más reciente, también un 11 de marzo, sucedió en el 2004 en España. Varias bombas explotaron en cuatro trenes de cercanías de Madrid, repletos de trabajadores y estudiantes. 191 personas murieron y 1,700 resultaron heridas en uno de los atentados más salvajes de su historia. Diez de las trece bombas colocadas por una célula de Al Qaeda estallaron enlutando a decenas de familias.

¡Qué vaina esto del 11! El último dato que obtengo: el nombre de Donald Trump tiene 11 letras. ¡Mamá! ¡El apocalipsis!

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