Por Patricia Sanabria (*)
El cuento que les voy a narrar pudo no ser cierto, pero quizá sí. La estrella de Belén brillaba intensamente anunciando la llegada de un rey, pero no era un rey cualquiera. “El Salvador”, así le decían, y muchos seguían su maravillosa luz que guiaba el camino hacia donde se encontraría.
Josen y Kalifa, padre e hijo, eran dos pastores pobres, querían conocerlo, darle un regalo y adorarle, y tenían unas cuantas ovejas, muy bien cuidadas por cierto. Ya habían elegido una para obsequiarle al niño maravilloso que estaba siendo anunciado por una gran estrella. Lamentablemente, vinieron los soldados y le quitaron todas sus ovejas, aduciendo que debían impuestos y tenían pagar. Muy tristes, sin saber qué hacer se sentaron en el pasto pensando qué llevarían de regalo ahora.
De pronto, Kalifa dijo: “padre, ¿y si le llevamos las mejores frutas de nuestro huerto?”. “Es muy poco”, respondió Josen. Pero Kalifa, con el entusiasmo de un niño, volvió a sugerir, “¡ah padre! ¿recuerdas la ovejita que al nacer se quedó sin madre y muy débil ella? en este momento está durmiendo en la cabaña, ya está mejor y ha crecido un poco, está lindísima, yo la cuido mucho, su lana es suave, duerme conmigo”. “Es muy pequeña aún hijo, talvez no sea un buen regalo”, dijo, todavía desencajado, su padre.
Sin embargo, Kalifa no se rendía: “no padre, ven a verla”. Y así, fueron los dos a ver a la pequeña oveja que, por estar en la cabaña, no se la habían llevado los soldados. Josen se quedó admirado al ver a la ovejita tan hermosa. Su lana, blanca como la nieve, deslumbraba. Unas enormes sonrisas se dibujaron en el rostro de los dos, y corrieron a buscar las mejores frutas para complementar su regalo. De esta manera, con la oveja y la canasta de frutas, se fueron siguiendo el camino que guiaba la estrella.
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Cuando llegaron, vieron un gran gentío que bajaba hacia el establo donde había nacido el niño Jesús. Ellos se encontraban atrás, viendo los maravillosos regalos que le traían, en especial, el de los reyes magos, que llevaban cofres de oro, mirra etc. Se sintieron cohibidos, pero Kalifa, empujando se abrió paso hasta llegar a la virgen María, “señora mía -le dijo- disculpe que le haya traído una oveja tan pequeña, es que fuimos asaltados, pero se lo damos con mucho amor al niño rey”. María sonrío, y sosteniendo la ovejita en sus manos, la colocó en el pesebre, a los pies del niño Jesús para que lo abrigue, pues hacía mucho frio.
Josan y Kalifa no cabían de felicidad, estaban más que emocionados, su regalo estaba sirviendo de mucho al niño rey, y dejando la canasta de frutas se fueron hacia atrás para que otros también puedan acercarse a ver al recién nacido.
Ya muy tarde, de regreso a casa, iban cantando y bailando. Mientras se acercaban a su hogar, escuchaban el balar de ovejas, y se preguntaban a sí mismos, “Pero no tenemos ovejas, qué raro”. Pero cuanto más cerca estaban, más fuerte eran los balidos. Al llegar a su campo, grande fue su sorpresa al ver a diez ovejas hermosas pastando, y la madre de Kalifa, que había llegado de Jerusalén, les preguntaba que cuándo compraron esas ovejas tan grandes, y cuándo creció tanto nuestro pasto, si hacía tres días que prácticamente se había secado. Josen y Kalifa se miraron con los ojos llenos de lágrimas, se arrodillaron, “¡Es un milagro!, en la mañana nos quitaron nuestras ovejas y el salvador nos ha regalado el doble. ¡Gracias Dios!”