Por Patricia Sanabria (*)
Juanito, como todos los días, iba a su colegio que estaba relativamente cerca, a pocas cuadras de su casa. Él vivía con su padre, en una casa grande, muy bella. Pero este día sería muy distinto.
Pedro, su padre, salía muy temprano al trabajo y le dejaba todo listo solo para que fuera a clases a tiempo. Antes de irse le advirtió que había un aguacero terrible, que se pusiera su impermeable con capucha, y no se distrajera con nada en el camino.
Así lo hizo. Pero al salir de casa, junto a la vereda, vio una hermosa caja color púrpura brillante. Se acercó a ella y, al mirar dentro, había un gatito que se esforzaba por abrigarse en un rincón de la cajita. Entonces, a Juanito le dio pena dejarlo ahí con la lluvia, así que cogió la caja con el gatito dentro y se lo llevó a su casa dejándolo en la sala. Inmediatamente salió, y esta vez corría, pues se le hacía tarde.
Ya a pocos metros de llegar a su escuela, ve sentada a una anciana bien arrugadita, con unos ojos brillantes que lo miraban fijamente. Aunque sintió temor, le entristeció que apenas un trapo sucio y mojado, a duras penas, le cubría, así que decidió darle su impermeable. “Ya voy a llegar, no me hará falta”, se dijo a sí mismo, y cuando se disponía a irse, la anciana le dijo: “espera, quiero decirte algo”, él respondió corriendo: “no puedo, ya es tarde, a la salida me lo dice”.
Lamentablemente, a pesar de su esfuerzo, llegó tarde, así que lo castigaron dejándolo parado en el patio con los otros tardones. Aunque iba abrigado, parado debajo de un toldo, ya estaba mojado y con frio. El dueño del quiosco del colegio, que lo conocía, le alcanzó un impermeable de su hija, y así sonó el timbre de la segunda hora de clase. Al entrar todos sus compañeros, se rieron de Juanito, pues el color rosado resaltaba en él. El profesor de arte puso final a la burla. “Estoy seguro que vuestro compañero tiene una historia detrás de ese impermeable color rosa que lleva puesto. Talvez quieras contarnos”, le dijo. Juan, que no era nada tímido, relato todo lo que le había sucedido, desde que salió de su casa, exagerando un poco.
Laura, una compañera de aula, se levantó algo exaltada alzando la mano, diciendo al profesor que no deben acercarse a esa anciana, que es una bruja, “¿no se acuerda de Sara, que desapareció el año pasado?, ella me contó una historia parecida antes de desaparecer”, dijo Laura. Todos se rieron. El profesor se quedó pensativo, no porque creyera que la anciana sea una bruja, sino por la coincidencia, y que quizá podría ser una trampa.
Ya a la salida, cuando Juanito salió del colegio, el profesor de arte lo siguió y acompaño a su casa, y le dijo, “no abras la puerta a nadie ni hables con extraños, tu papá no tarda en regresar”, diciendo esto se marchó. Juanito estaba pensando más en el gatito, y presuroso entró a su casa buscándolo. Aunque sentía sus maullidos dentro de la cajita, no lo veía dentro. Extrañado, no podía comprender qué pasaba. De repente, tocaron la puerta, “qué raro, ¿quién será?, talvez el profesor se olvidaría de algo”, se dijo a sí mismo mientras abría la puerta. La sorpresa de Juanito fue grande al ver a la anciana parada ahí frente a él. Asustado y tartamudeando le pregunto qué deseaba, la anciana dijo, “quiero mi caja púrpura que tienes ahí”.
Los ojos de la anciana brillaban más que antes. Él, casi perplejo, señaló hacia adentro. Ella entró, cogió el impermeable, lo metió en la caja, y le dijo, “toma tu ropa, ya no la necesito. Acércate, mete tu mano y sácalo de ahí”. Más que nervioso, Juanito parecía hipnotizado. Acercándose a la anciana metió la mano para sacar su impermeable, pero fue atrapado por la caja pues en menos de un segundo estaba dentro de ella. Parecía que flotaba entre colores brillantes, se escuchaban voces entre ellas, el maullido del gato, y sobre todo, una voz que al parecer quería ser escuchada porque sobresalía de entre todas, y más parecía un lamento.
Cuando el gatito dejó de maullar, pudo entender lo que esa voz quería decir, “no te acerques a la caja, es mágica, te absorberá y si en un año no logras salir, tu alma será de la anciana. A mí, solo me queda un día, mañana seré un lamento porque no pude escapar”. Aún sin comprender, y más asustado que nunca, Juanito cerró los ojos pidiéndole a su mamita que ésta en el cielo que lo saque de este embrollo, que se portará bien, que se sacará las más altas notas en el colegio. Y mientras decía eso sintió que caía, y su cuerpo dejaba de flotar. Tenía miedo abrir los ojos, sabía que estaba acostado en algo, pero no quería ver dónde, ni qué había a su alrededor. Y así se quedó dormido.
Al despertar, se sentó, y al abrir los ojos se dio cuenta que estaba en su habitación. Llevaba puesto el impermeable, miró el reloj, eran las 10:30 de la mañana. “Me quedé dormido, fue una pesadilla, un mal sueño – pensó aliviado- pero no fui al colegio, papá se va a enojar, y si voy, llegaré a la hora de receso” se dijo a sí mismo. Cogió su mochila, abrió la puerta de su casa y al salir vio una caja púrpura brillante al borde de la vereda. Al instante retrocedió, ingresó a su casa y cerró la puerta, ventanas, diciendo “no traeré a casa algo que no es mío, no hablaré con extraños, e iré a mi escuela temprano, y mucho menos saldré sin permiso”, diciendo esto se quedó esperando a su papá.