El fin del dictador se cae de Maduro

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COLUMNA: EN OTRO LENGUAJE

JAIME ASIÁN DOMÍNGUEZ
Consultor de contenidos y analista político – @jaimeasian

 

“Es inconcebible una revolución que no desemboque en la alegría”, escribió el gran Julio
Cortázar. Es más, Nicolás Maduro está lejos de poder alcanzar el bienestar de la población,
requisito elemental de cualquier transformación social. La gente se ha ido y se le seguirá yendo porque su revolución no es otra cosa que la bravuconada, la pechada, el irrespeto a quienes no aplauden su fraude, el recorte de los derechos fundamentales, el hambre y una antipatía sideral incurable.
El chavista se ha vuelto a poner la banda presidencial, pero no puede cantar victoria porque desde todos los puntos cardinales le gritan “dictador” y tanto María Corina Machado, la lideresa de oposición con cojones, como el presidente electo, Edmundo González, empiezan a jalarlo de los bigotes rumbo a la picota.
La exclamación que recorre Venezuela y los conglomerados de venezolanos en todo el mundo es que Maduro se largue del poder con todo su séquito de ayayeros golpistas.
Él grita, alardea, fanfarronea, amenaza con tomar las armas -o sea matar a los manifestantes- con el aval de otros dos emporios de “izquierda a extrema izquierda” como Cuba y Nicaragua, pero lo que ignora es que el “chamo” y la “chama” ya se cansaron de estar fuera de su tierra sudando la gota gorda y quieren regresar a un país llanero libre, en paz, sin ese asistencialismo criminal de la actualidad. “Las mariposas son multicolores, pero los gorilas tienen un color uniforme”, solía repetir Luis Jaime Cisneros.
Esto ya lo dije y lo repito: después de todo, qué vacío debe sentirse el cavernícola Nicolás Maduro cuando, en los adentros de su soledad, allá en el Palacio de Miraflores, con el pajarito de su difunto exjefe como su principal asesor, contempla y escucha el repudio de una masa que lo tiene todo para surgir como sociedad, sin embargo, por la tiranía de este Hugo Chávez mal clonado, camina por la cornisa de la frustración y la desesperanza.
También es cierto que no hay mal que dure cien años, ni Venezuela que lo resista. Y ahí estará la milagrosa Virgen de Coromoto para darle una manito. Así sea.

“La gente se ha ido y se le seguirá yendo porque su revolución no es otra cosa que la bravuconada…”.

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