En Otro Lenguaje
Por: Jaime Asián Domínguez
Hace tiempo que la nariz está en boca de todos. Por distintos motivos, pero el estético es el que mayor aliento alcanza. No pocos viven contentos con la “ñata” que Dios les dio. Si no, por qué abundan los cirujanos plásticos. ¿Han escuchado el martilleo en una rinoplastia clásica? Es idéntico de perturbador al picoteo de un pájaro carpintero. Y es que, por lo general, el ego resulta más fuerte que la necesidad. Sin ir muy lejos, la televisión es un muestrario cabal de narices artificiales. Con su respectivo canje.
A propósito, ¿han leído el cuento “La nariz”, de Nikolái Gógol, el escritor ruso de origen ucraniano? Es antiguo pero chévere. Relata la historia de un burócrata de San Petersburgo que una mañana se despierta y descubre que su nariz lo ha abandonado para adquirir vida propia como Consejero de Estado. Una nariz desleal y ambiciosa, aunque luego regresa al rostro reimplantada. La presuntuosidad siempre cuesta un ojo de la cara.
El catálogo dice que las hay griega, chata, romana, bulbosa o aguileña, respingona, nubia, desigual, ondulada o asimétrica, recta, cóncava y convexa, y están determinadas por los huesos nasales y el cartílago nasal, pero la más temida, esa nariz poco empática y que implica no tener sangre en la cara, es la nariz de Pinocho. Se agranda cada vez que la persona miente y un escenario propicio para su expansión es la política. El pueblo muchas veces se ha ido de nariz al entregarle el poder a autoridades narigonas.
Es cierto que una rinoplastia puede mejorar la apariencia física y también el estado psicológico, pero en ocasiones es evidente que la fealdad (léase animadversión) no se iría ni con un trasplante de cabeza porque la simpatía no se compra en ninguna clínica estética; es inherente al bien hacer, a la calidad de persona, a la sinceridad y a la humildad. Conocido es que la mona, aunque se vista de seda, mona se queda.
Como ese amigo que, cada vez que sale, la esposa tóxica lo busca y lo trae de las narices a la casa. Pero eso ya es yeso de otro costal.
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(Sumilla)
“El pueblo muchas veces se ha ido de nariz al entregarle el poder a autoridades narigonas”.