Lágrimas de la Amazonía: Niñas sin infancia y el silencio cómplice del Estado.

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COLUMNISTA / OPINIÒN

Mayra Alvarez

Mayra Alvarez

Directora General y conductora del programa Conéctate con Mayra Alvarez.

Cuando conocí a Rosemary Pioc, una maestra y Presidenta del Consejo de Mujeres Awajun, y tuve el privilegio de entrevistarla a través de un enlace en Zoom desde la hermosa Amazonía donde ella se encontraba, jamás imaginé con la realidad que me iba a encontrar. Más allá de las preguntas preparadas para el programa, al terminar la entrevista me cuestionaba con muchas preguntas sin respuestas. No podía comprender cómo en este país al que amo con todo mi corazón aún persiste tanto dolor y sufrimiento de niñas que son víctimas de violaciones, obligadas a convivir con su agresor, arrancadas de su infancia, abusadas y embarazadas a una edad donde todavía deberían jugar con muñecas. Lo más desgarrador es que, además, terminan siendo contagiadas con VIH.
Terminé la entrevista y desde ese momento traté de mantener contacto constante con Rosemary Pioc. Tomé esta problemática como algo muy personal. Sé que muchos periodistas hemos sentido esa mezcla de impotencia y dolor al descubrir la indiferencia hacia los más vulnerables. La historia fue noticia por unas semanas. Los medios comerciales, ansiosos de contenido impactante, entrevistaban a Rosemary en cuanto canal podían. Sin embargo, para ellos, fue solo eso, una noticia pasajera. Para mí, sentía que tenía una responsabilidad enorme.

Se filtró una entrevista que realicé al ministro de Educación y se hizo viral. No era la primera vez que entrevistaba al ministro Morgan Quero; ya lo había hecho con anterioridad y me había plantado firme delante de él para que me concediera la entrevista. Después de unas semanas de haber entrevistado a Rosemary, logré encontrarlo en la Cumbre de Aprendizaje en la región Arequipa, un hermoso lugar con alfombras y flores, donde era digno de estar este ministro. Sin embargo, el profesionalismo tenía que ir por delante, aunque el ser humano luchaba por controlarlo. Traté de equilibrar mis emociones para preguntarle directamente: ¿Cómo podía estar en una cumbre de aprendizaje, haciendo gala de su presencia como si sus aportes fueran tan importantes, cuando nada había hecho por la educación?
Por qué, hasta el momento, lo único que había demostrado era indiferencia, usando palabras despectivas como «prácticas culturales» para referirse a las violaciones sexuales cometidas por profesores a sus alumnos. No había llegado a la zona indicada para conocer la realidad de estas niñas. A pesar de que le pregunté más de tres veces cuándo iría, no pudo darme una fecha, porque hasta el día de hoy no ha ido a ese lugar. La entrevista que se hizo viral fue la segunda que le realicé al ministro, quien ya conocía mi rostro y mi mirada de desprecio y de impotencia ante un ministro incapaz, ineficiente, que desconoce la realidad, pero que, sobre todo, retrasa la educación. Se equivocó de cargo; no es poeta, la sobonería hacia la presidenta no es parte de sus funciones, aunque entre incapaces se entienden.
Pude hablar con el gobernador regional de Amazonas, Gilmer Horna Corrales, quien no me permitió una entrevista, pero me dio muchas excusas con discursos baratos y falsos. Son muchas las entidades responsables de que tengamos niñas abandonadas, alejadas de una realidad completamente distinta.

¿Qué hija de un ministro, de un congresista o político o politiquero vive las condiciones que viven nuestras niñas y niños en una residencia estudiantil? Hasta el nombre de «residencia» es burla para la realidad, donde no tienen condiciones de vida, no tienen servicios básicos, mucho menos luz. Un televisor es un lujo para ellos que no se pueden dar. Internet, un sueño del cual no lo van a tener. Y un gobierno que se aleja cada vez más de la realidad.
Entrevisté muchas veces a Rosemary. No dejé esta lucha porque en cada niña y en cada niño veía reflejado a uno de mis hijos. Quien no es capaz de sentir empatía no es capaz de ser un buen profesional. Hoy le agradezco a Dios por permitirme conocerte personalmente, Rosemary, y agradecerte desde lo más profundo de mi corazón por todo lo que vienes haciendo por nuestras niñas y niños de la Amazonía. Tu lucha no es en vano; tu lucha en algún momento dará frutos porque no está sola, porque somos muchos los peruanos que nos identificamos con este dolor. Un presidente de la Comisión de Educación, que representa justamente a la Región Amazonas, no ha tenido la valentía necesaria para citar al ministro y tocar este tema. Un Congreso que le tiene pánico, miedo, y que es capaz, cobardemente, de retirar su firma para una censura a un ministro incapaz, ineficiente e inútil. Quizás sean pocas las personas que lleguen a leer esta columna, porque tanta palabra puede aburrirlos. Lamentablemente, nos educamos para ver imágenes y escuchar voces. pero no para leer. Quien lo pueda hacer, se lo pido de corazón: no permitamos que más niñas sean violadas, que más niñas sigan sufriendo con este dolor irreparable. Que cada niña de 9, 10, 11 años termine siendo madre sin terminar de ser niña, y que cada niña y niño que son violados y contagiados con VIH por depravados sexuales que no les importan ni les interesa nada, puedan recibir todo el peso de la ley.

Durante este año 2024, se registraron 80 denuncias por violencia y violación sexual, 80 profesores que siguen dando clases a sus víctimas mientras ellas, atemorizadas, no tienen a dónde escapar. Durante el mes de noviembre, se reportaron más de 20 casos de denuncias por violación sexual, una cifra récord que no se veía desde hace más de 10 años. Hoy le pido a cada persona que logre terminar de leer esta columna una oración por estas niñas, una voz por estas niñas, una lucha por estas niñas. Que su luz no se apague, que no seamos más de lo mismo y que pongamos todo de nuestra parte para erradicar el dolor que puedan sentir.

Rosemary no está sola. Somos 33 millones de peruanos, y estoy convencida de que muchos de ellos sienten el dolor que tú sientes. Lo único que puedo decirte es que desde esta tribuna y cualquier otra, no callaré. No me callarán, ni las amenazas ni los amedrentamientos de ningún tipo, porque estoy convencida de que si callamos, ellas seguirán muriendo, seguirán siendo cifras y números de suicidios como lo vienen siendo.

No podemos permitir que estas niñas sean olvidadas, que sus voces queden en el silencio o que su dolor se convierta en estadísticas frías. Cada uno de nosotros tiene un papel que desempeñar, desde levantar la voz hasta exigir justicia y protección para quienes más lo necesitan. No es solo su lucha; es nuestra lucha como sociedad. Que este sea el comienzo de un cambio real y sostenible, porque el futuro de estas niñas depende de lo que hagamos hoy.

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