Un día como hoy, hace 25 años, partió a la eternidad uno de los dioses del fútbol peruano: Teodoro ‘Lolo’ Fernández. Nuestro tributo a él.
Si Valeriano tenía bazuca en sus cabezazos, mientras Adelfo, para el delirio de las tribunas, exponía un pañuelo de ¡marinera! al momento de llevarse a su sufriente marcador; los cremas también teníamos un artillero que llevaba cañones en ‘las pezuñas’, era un ‘blancón’ robusto, centro delantero, al que los arqueros mucho temían, porque sus remates eran demasiado fuertes; a extremo, nos confiesan ‘los antiguos’, que rompía las redes.
Qué sería de esos gladiadores, ante el lucro y ese otro fútbol que hoy nos muestran la modernidad, tecnología y los audiovisuales. Cómo no dormir tranquilitos y sonriendo cuando el amor del viejo abuelo nos transmitía emocionado las vicisitudes y virtudes del ‘cañonero’ para el gozo de tantos peruanos.
Esa es la nostalgia que nos embarga cuando de Teodoro ‘Lolo’ Fernández se trata, el máximo ídolo del club Universitario de Deportes quien falleció aquel 17 de setiembre del año 1996, haciéndose inmortal desde hace 25 años.
Al partir, nos dejó inmensas lecciones que hoy valoramos; porque forman parte de todo buen hombre que debe serlo no solo en los campos o en su profesión, sino igual en la vida diaria, en cada acto de su vida.
Evidentemente eran otros tiempos, con otras mentalidades. Y hoy que todo cambió quizás sorprenda su identidad. «Los deportistas de antaño, cuando nos identificábamos con una camiseta, era nuestra bandera, como la bandera de tu país. Yo jamás quise cambiar de camiseta porque era mi verdadero amor, mi verdadero deseo: estar siempre en ese equipo, Universitario de Deportes. No es como ahora, que hay futbolistas que anteponen el dinero», dijo en su momento el delantero de furibundo shot.
Era más sencillo que el pan solo, más humilde que El Chavo. La gente lo paraba en la calle y él los atendía a todos. «Él no se la creía. Después de cada gol que hacía, agachaba la cabeza. Después de un rato recién la levantaba. La gente lo aplaudía y él parecía rendirle honor. Él nunca se consideró un ídolo, era como cualquiera, paraba tranquilo en su casa, en Lince, no sabía por qué la gente lo amaba tanto», contó su sobrino Jorge Fernández.
Nacido en la hacienda Hualcará, ubicada en San Vicente de Cañete, su delirio eran los dulces, y el rico camote que siempre los devoraba. Quizás a ello se debía la gran potencia en sus pies que cuando disparaba rompía las redes de las vallas contrarias, y si el balón chocaba en algún árbol, era tal el ‘patadón’ que -cuentan- muchas frutas y nidos se caían mientras los arqueros quedaban desmayados tras sus violentos disparos. Aunque no se crea. Por eso hay en el argot popular esa frasecita que dice: ‘¡Yo lo vi!’
En una ocasión, el ídolo de Universitario jugaba un partido en Europa, con la selección peruana y de pronto el árbitro le ordena quitarse los zapatos, con la intención de descubrir qué llevaba dentro, qué era aquello que le permitía patear con tanta fuerza. El ‘Cañonero’ se quitó hasta las medias, sin encontrar nada el árbitro.
Leyenda viva
Por todo eso y mucho más, desde que se fue su rostro luce en el estadio Monumental, con su gorro eterno y el recuerdo latente. Una leyenda viva por quien el Premio Nobel Mario Vargas Llosa escribiera: “La U es mucho más que un club de fútbol. Es un mito, una leyenda, una tradición, una de las más hermosas historias que ha escrito el deporte peruano”.
‘Lolo’ Fernández es una de esas bellas historias. ¡Dale U! ¡Arriba Perú!
(LUIS PARDO ALTAMIRANO)
Licenciado en Ciencias de la Comunicación y escritor