¡Aquellas épocas…! (OPINIÓN)

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Por Octavio Medina

Los que nacimos en la generación del sesenta, fuimos los que alcanzamos algo de la postguerra. La innovación de la moda (acordémonos del bikini), la evolución total de la música (empezando por los Beatles y la invasión británica), jugábamos al fútbol en campos abiertos de pura tierra, jugábamos a las escondidas con la chica que más nos gustaba y viceversa. Saltábamos el famoso juego de ‘mundo’ con la teja de plátano (cáscara), la pega y la pega inmóvil, el lingo, San Miguel, toma la sortija, chanca la lata, las canicas o bolas, y había muchos que se quedaban con todas las canicas y otros con ninguna.

En agosto se acostumbraba a volar cometa (ya que el viento arreciaba más que otro mes del año). También recuerdo que no nos hacía daño nada. Tomábamos agua de caño (litros y litros), cuando nos refriábamos éramos de pocas pastillas, y había un remedio espectacular llamado caspiroleta (leche hervida con pisco o anisado), que hacía ‘desaparecer’ la gripe en pocas horas.

Carlos Santana

Era la niñez pura y feliz los que experimentamos esas épocas. Y de pronto nos llegó la adolescencia. He ahí donde nos llega la música, y mis gustos musicales empezaron a cambiar. Ya no era la Sonora Matancera con sus guarachas y boleros, ni la música criolla que escuchaba todos los mediodías cuando mi madre cocinaba. De pronto, a mi vida entraron el Slade in live; Deep Purple con su Highway Star; Ike y Tina Turner; John Lennon en su etapa de solista, Black Sabbath, Judas Priest, Carlos Santana con su Black Magic Woman, el grupo sudafricano Osibisa, James Brown con su Sex Machine, Erick Burdon y su Spill the Wine, Pink Floyd y su Dark Side of the Moon, CC Revival, la gran Roberta Flack, George McCrae, Chicago y su If You Leave Me Now, BTO con Down Down, África 70 con Fela Kuti with Ginger Baker, Soul Makossa de Manu Dibango, y tanta buena música que entró a mi cerebro que no podría recordar tantas hermosas melodías y agresividad total de la mayoría de bandas de esos años (los setentas).

Manu Dibango

Eran los tiempos donde las baladas se bailaban, y el estridente rock también. Eran famosas las luces de colores (llamadas cortadoras, que las hacían con un motorcito de tocadiscos y papel celofán de varios colores), que funcionaban en esas fiestas. Los romances iban y venían. El trago preferido en esas fiestas era la guinda, y al fondo de la botella quedaban las guindas maceradas, más adelante la gente empezó a tomar el macerado de coco. Recuerdo que, por la facultad de San Fernando, entre Barrios Altos y La Victoria (específicamente en el Jirón Leticia), había una licorería que vendía tragos de todos los colores, una cosa loquísima, y ahí íbamos con unos amigos a tomar licor antes de entrar a los ‘tonos’.

Portadores de muchas influencias como las ya mencionadas, y para condimentar la época, vivimos la crudeza del golpe militar, sus consecuencias, atrasos y excesos como también vivimos el pase a la democracia en julio de 1980 (con Belaunde Terry), y ahí empieza otra historia, de la que más adelante estaremos hablando.

Así que ya saben, somos una generación en extinción, pero con trascendencia. Cuídense, no salgan de casa y nos vemos.

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