Por: Milagros Pardo Luna
Recordamos una de las más gloriosas páginas deportivas escritas por esas guerreras damas, hace 32 años, con una crónica sobre la ‘Zurda de oro’: Cecilia Tait, integrante de aquel fabuloso equipo.
Una gesta que hizo vibrar a todo un país luego de adjudicarse la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Seúl 88, un hecho histórico que solo pudo lograrse al mando de Man Bok Park.
Fue un jueves 29 de setiembre de 1988. Perú llegaba como favorito en la final ante Unión Soviética. El combinado patrio ganaba 2-0, pero en el tercer set reaccionó el rival y logró igualar el marcador.
De Nueva Esperanza al Salón de la Fama del vóley
Un camino largo, acompañado de árboles bien cuidados y casas elegantes, donde el sol resplandecía. Ahí se encontraba ella, en su hogar, el orden y serenidad se hacían notar. Imponente su figura, con sus piernas largas, de mirada señorial y distinguida piel canela, abriendo las puertas de su morada, una vivienda de techo alto y paredes blancas que le hacían recordar y contrastar a Nueva Esperanza, donde domiciliaba en sus inicios.
Motivada por las adversidades y vaivenes que el destino otorga, en un ambiente donde no corría la pelota sino la pobreza, droga y prostitución, Cecilia Roxana Tait Villacorta -una niña de doce años- decide el bello sueño de ayudar a su madre, en una etapa triste, dura, tomando las riendas y comenzando a jugarse el todo por el todo en las canchas de la vida.
Y es que esa chiquilla de entonces tenía que revertir esa procedencia de hogar disfuncional; esa pisciana nacida el 5 de marzo de 1962 también debía compartir con 7 hermanos de diferentes padres; esa larguirucha de 1,83 m tenía razones para darle vuelta al infortunio de verse desalojada, con todos sus enseres en la calle, para luego, dormir en el suelo o comer por largo tiempo un arroz con huevo frito que sus patrones le daban de merienda, mientras ellos se servían lo mejor en la mesa. Todo eso revirtió esta morena de bravura en la sangre, logrando al final, un camino de ejemplo a seguir, admirable.
Así, fue en las Olimpiadas del año 1977, Montreal, que por primera vez Cecilia ve jugar a quien se convertiría en una de sus referentes a seguir y su guía en su ruta de grandeza, Lucha Fuentes. Al presenciar a ese emblemático personaje del net nacional, Ceci empezó a experimentar sus primeros partidos de vóley, aunque estos incluyeran recoger la bola más veces de las que jugaba.
Alta y torpe, pero con mucha actitud, decidió continuar con su entrenamiento desde la puerta de su casa con una pita, la pelota y sus hermanos. Hasta que se le presentó la oportunidad. Desde el colegio, el club Bancoper hasta los grandes campeonatos hicieron que ella y el vóley se encontraran y fueran por una carrera ascendente, conmemorada con múltiples premios y un espacio en el salón de la fama.
Ahora, en la sala de su casa y sentada en el sofá blanco del lado izquierdo, la zurda de oro comienza a recordar sus anécdotas y entre ellas Seul 88. Con emoción, Cecilia habla de la casaquilla blanca y roja que vestía para cantar el himno nacional el cual nunca cantó en el colegio como lo cantaría en tales fechas, frente a miles de desconocidos que buscaban enfurecer a las matadoras, pero que los nervios y el orgullo hacían que cantaran con tanto fervor y pasión por su patria lejana y su pueblo ávido de grandeza.
La jugadora número siete en aquellas Olimpiadas no iba sola, con ella iban también históricos personajes a quienes las describe como: La mejor defensa (Denisse Fajardo), Creatividad (Rosa García), Boquita de caramelo (Natalia Málaga), Completa (Gina Torrealva), Chispas (Sonia Heredia), entre otras. Chicas maravillosas que se entregaron completamente a un sueño, salir victoriosas y superar el legado que sus antecesoras dejaron en el Perú.
En la Madrugada del Jueves 29 de setiembre el país enteró se despertó para ver la final contra la desaparecida Unión Soviética. Luego de vencer a Brasil y a China, el campeón olímpico vigente de ese entonces, los hinchas esperaban ansiosos la medalla de oro en la casa peruana.
El primer set terminó 15-10 a favor de la selección peruana en veintiún minutos. El segundo también fue para las nuestras por 15-12 en 28 minutos. Restaba apenas un set para ser campeones olímpicos; sin embargo, el equipo soviético levantó su nivel y logró empatar el partido 2-2. Ya en el quinto set, Perú ganaba 12-6 y estaba a solo a tres puntos del esperado triunfo. No obstante, y aunque nos pusimos 13-8, las soviéticas remontaron la pelota 17-15 y finalmente nos quedamos con la de plata: Subcampeonas olímpicas en Corea del Sur.
“Recuerdo perfectamente que eran épocas de terrorismo, con torres derribadas, apagones, coches bombas y muchos inocentes asesinados. Sin embargo, nuestra actuación en Seúl 88 no solo fue destacable en lo deportivo, sino también le dimos una inmensa alegría al país que sufría esos embates. Cómo olvidar la expresión de nuestra “Boquita de caramelo” (Natalia Málaga) quien tras el resultado dijo: Ya pues cdsm, con esto ojalá esos huev… (los terroristas) aunque sea dejen de tirar bombas”.
En efecto, si bien el resultado no fue el esperado, luego de tanto esfuerzo y empeño las matadoras se consagraban como las campeonas que no solo llegaron tan lejos y pusieron en alto el nombre del Perú. Ellas triunfaron porque se hicieron merecedoras luego de tanto esfuerzo y sacrificio en la cancha y en su día a día.
El orgullo de ser peruanas no les permitía darse el lujo de ser individualistas y conseguir el éxito propio. Cecilia cuenta que para ella no existía la culpa de uno o de otra, en el juego eran culpables todas y si una se equivocaba todas eran castigadas con muchas más horas de entrenamiento. En su momento, la zurda de oro reclamaba la injusticia y pese a que eran más de cien mates, el margen de error hacía que el esfuerzo de superarse fuese más grande.
Con Man Bok Park
Luego de su encantamiento con el vóley, tuvo que cosechar mucho para empezar a mostrar los resultados. La multifacética Cecilia comenzaba la ardua rutina con distintos entrenadores y entre ellos Lucha Fuentes y Man Bok Park.
Contra ellos, con ellos y para ellos Cecilia jugó entre la selección infantil, menores, juvenil y mayores, demostrando que ni el tiempo, el dinero e incluso sus entrenadores, como la señora Fuentes, podrían con ella. Pronto esta mujer de kilates perfeccionaría su talento y luego se convertía en una leyenda nacional.
Man Bok Park como entrenador de la selección peruana de aquel entonces, tenía bien en claro la calidad de jugadoras y el potencial que debía ser explotado. Dedicándose totalmente a ellas, el exigente coreano extendía los entrenamientos en días feriados y recogía en casa a Cecilia cuando decía sentirse enferma para el ejercicio.
Man Bok logró mantener la unión entre estas mujeres fuertes que poseían distintas personalidades pero que compartían la misma meta. “Renegón Lindo” lo llama Cecilia. Y es el a quien ella agradece por su determinación en su labor como guía, orientándolas y enfocándolas en lo que era realmente importante para el grupo y empujándolas a dar lo mejor de ellas siempre.
El camino no fue fácil explica Tait, a diferencia de hoy, no había internet, televisión ni publicidad que respalde su arte. Tras diez años de mucha práctica, ellas debían demostrar su talento con un título ganado cada año en la cancha.
Con un suspiro profundo, ella menciona a sus rivales más fuertes, que en tiempos de guerra la hicieron preparar esa zurda para cuando más se necesitara. Cuba y China, ambos desafiantes, caracterizados por sus jugadoras que analizaban a sus contrincantes hasta el más mínimo detalle, siempre buscaban la manera de bloquearlas en el juego y que se rindiesen. Según Tait, a las orientales voleibolistas, marciales y estratégicas, no les costaba hacer un jaque mate desde el comienzo de una partida.
Hoy, 32 años después de aquella gesta, esta gloria del vóley peruano no hace comparaciones, pero -quizás como en el fútbol- también hemos decaído en el deporte del net. Qué iba imaginarse antes que equipos como Chile, Colombia, Venezuela hoy nos han igualado y hasta nos superan, y para volver a la esperanza de ser mejores hay que apelar a la constancia, disciplina, porque lo material hay.
“Recuerdo que yo para entrenar iba con unas zapatillas que se me abrían durante el partido, me salvaba porque lucía unas gruesas medias azules que eran de mi hermano quien pertenecía a la FAP, más hoy las jugadoras tienen uniforme de vestir, ropa para entrenar, zapatillas igual, en fin. Hay que trabajar mucho al respecto”, sostiene nuestra morena de oro.
El colibrí
En cuanto a su paso por el bendito mundo de la política nacional, no le fue fácil hacerse respetar (como en el vóley) y trascender entre proyectos de ley. Pero, si hay algo que valora es aquella, su propuesta, que luego se promulgó como la Ley Nº 28036, Ley de Promoción y Desarrollo del Deporte, mediante la cual se decidió realzar y premiar a los deportistas peruanos que obtuvieran medallas y lauros para cualquiera de las disciplinas deportivas del Perú.
“Agradezco y ojalá todos los presidentes continúen con la entrega de estos premios que no hacen más que incentivar y alentar a nuestros deportistas para que sigan cosechando más lauros para nuestro querido país”, cuenta ella emocionada,
Una emoción que obligó a consultarle ¿por qué el colibrí como silueta de tal premio? Recibiendo por respuesta una singular reflexión: “El colibrí simboliza muchos conceptos diferentes, debido a su velocidad, el colibrí se conoce como un mensajero, y guardián del tiempo. También tiene significados de amor, alegría y belleza. El colibrí es capaz de volar hacia atrás, y nos enseña que podemos recordar nuestro pasado, sin embargo, esta ave también nos enseña que no debemos insistir en nuestro pasado y tenemos que seguir adelante. El colibrí se la pasa bebiendo el néctar de las flores, lo que significa que debemos saborear cada momento, y apreciar las cosas que amamos. Por eso me conmovió otorgar dicho premio, por primera vez, nada menos que a Mambo Park quien me dijo: Gracias capitana”.
Madre herida
Por otro lado, entre las facetas de Cecilia, también encontramos a aquella mamá gallina que protege y se entrega totalmente a sus hijas. Tras una grave enfermedad, ella se dio cuenta de lo importante que era tener a sus niñas preparadas para cualquier situación, listas para los obstáculos y problemas que como su madre de un solo mate los enfrentaba: “No sabían hacer arroz, tenderse la cama, todo tenían, ni siquiera se habían subido a un micro. Si yo me moría que iba a ser de ellas.
No había quien las respalde. Sus papás no vivían aquí. Mis hijas se iban a separar. Es entonces que, en pleno tratamiento, me propuse que sí yo sobrevivía lo primero que iba a hacer era disponer a mis hijas para la realidad de la vida y gracias a dios estoy aquí, con ellas. Y aunque a veces soy dura, los resultados son buenos y de ellas estoy muy orgullosa”.
A pesar del éxito la vida también la llevo por un camino obscuro en el que saco fortalezas que ni siquiera ella imaginaba. “El poder de la mente” menciona ella. Tras una gran carrera como voleibolista, en la política y como madre, a Cecilia le detectaron un linfoma de Hodgkin. Soportando quimioterapias que buscaban eliminar un mal con otro mal. Sin embargo y como siempre, dio todo de sí para superar posiblemente el peor sinsabor jamás vivido: el cáncer.
Ahora, sus ojos negros brillantes, el cabello resplandeciente y su amplia sonrisa confirman su buena salud. El cáncer a los ganglios que padeció hace siete años fue una experiencia amarga que no logró derrotarla. «Nadie tiene nada comprado. Todos los días es una batalla para celebrar la vida, no vivo con esa intensidad de que mañana me voy a morir, yo disfruto ahora más la vida. Para mí, levantarme y respirar es una bendición».
Hoy Cecilia vive una época tranquila, sin pesadillas políticas ni enfermedades. Por otro lado, en el futuro ella abriga el sueño de una candidatura presidencial ¿por qué no? dice ella, consciente de una trayectoria intachable, ejemplar, donde la salud y la economía serían sus temas a ahondar, mientras sigue siendo una mamá chocha pero con energía.
Soltera una vez más (ya van dos divorcios) para seguir adelante, visualizando todos, un net, un balón, las benditas manos que hoy escriben y ayer “mataron”, una mujer y una madre que no requiere de maestrías ni logros académicos para juntos decir dichosos ¡Arriba Perú!
Gracias Cecilia, por tanta enseñanza de vida y reflexión para un país que lo necesita, para un pueblo de gente buena que quisiera emularte, en todos los campos, con esa grandeza y corazón que te identifica.